Las misioneras combonianas presentes en terremoto de Ecuador

El domingo 17 de abril, las Misioneras Combonianas celebrábamos 50 años de presencia en Muisne, provincia de Esmeraldas, Ecuador. Se cerraba esta presencia para abrir en zonas nuevas, para dar respuesta a nuevos desafíos pastorales y sociales. Pero los planes de Dios no siempre son los nuestros y un acontecimiento devastador como el terremoto sucedido el sábado 16 hizo que lo que iba a ser un cierre, se haya convertido en una nueva presencia.


En la noche del terremoto, varias hermanas de la provincia, incluidas dos novicias estaban en la isla, acompañando a un grupo de más de 70 jóvenes de las diversas comunidades del cantón, que se habían reunido allí para cerrar una semana de animación misionera con esta convivencia. A eso de las 7 de la noche tembló, una primera vez suavecito, la segunda vez de forma violenta y aterradora. Toda la isla se puso en movimiento y tuvo que ser inminente la evacuación. Gracias a Dios no hubo un solo muerto en la isla, sólo un joven muisneño que vacacionaba en Pedernales perdió la vida. Y, verdaderamente la mano de Dios estuvo cuidando de su pueblo, porque tuvieron que evacuar la isla en lanchas y en una gabarra más que vieja (llevan años pidiendo un puente pero el gobierno no escucha) y ni uno solo de los que salieron se perdió. Y hubo gente que no quiso salir, confiada en que sus vidas estaban en las manos de Dios, y si ese era el día de encontrarse con él, allí se verían las caras, pero su tiempo aún no había llegado.

Después, en tierra firme, la confusión: las familias buscando a todos sus miembros, las combonianas y los padres verbitas buscando a todos los jóvenes y a todas las hermanas; y la búsqueda de la formar para asegurar la vida de tanta gente. La gente de Pueblo Nuevo (la primera comunidad en tierra firme) abrió las puertas de sus casas para acoger a tantos vecinos y también se abrieron las puertas de la capilla Ntra. Sra. De Guadalupe (que la gente de Pueblo Nuevo, con S. Irene Pinedo al frente, lograron construir a base de mucho esfuerzo y muchas rifas y colectas para lograr levantar esta capilla que ahora es hogar para muchos). En esa primera noche, donde había que dar respuesta rápida y certera, y donde los medios de fuera aún no habían llegado, fueron las familias y la Iglesia las que abrieron sus puertas y se tornaran casa de todos. Más de 600 personas se albergaron en esta capilla y cobijaron del miedo y de la lluvia, que no faltó en la noche del terremoto.

El domingo, con la mayoría de las personas sin haber pegado ojo en toda la noche, se celebró la misa de cierre, pero no se cerró, porque los pastores, no dejan solos a sus ovejas ante el peligro, y S. Irene dijo que se quedaba, a seguir trabajando con los padres Julio y José, y así hicieron. Empezaron a organizar el albergue, comenzaron a llegar las primeras ayudas, la atención médica, los representantes de las fuerzas armadas y del gobierno… Y Pueblo Nuevo, que era una pequeña y tranquila comunidad se convirtió en un gran “campo de refugiados”

Nosotras, las novicias de 2º año llegamos el miércoles 20, dando el relevo a otras combonianas que se habían quedado con S. Irene, que junto a los padres verbitas de la isla, no han salido de allí para acompañar, cuidar y dar esperanza y seguridad a su pueblo. Y creo que por ahí va nuestra labor en este tiempo de incertidumbre. En la semana que hemos pasado en Muisne hemos visto la fuerza de la fe, la confianza de este pueblo en el Dios de la Vida que les ha mantenido a salvo a pesar de que el terremoto haya terminado con las casas de muchos. Hemos constatado la necesidad de estar ahí, de acompañar, escuchar, rezar con la gente y llevar paz y esperanza. Hemos visto también cómo otros “pastores” están aprovechando la circunstancia para llamar a una conversión que viene del miedo, de mensajes con olor a fin del mundo, que nada tienen que ver con este Dios que no nos libró de la cruz, si no que nos salvó en ella. Y ahí está nuestra Verdad y nuestra fuerza. Creo que lo que este pueblo de Muisne necesita en estos momentos es la presencia de personas llenas de la sabiduría y de la paz que procede de lo alto, personas que escuchen, que vean, que acompañen y que ayuden a levantarse a este pueblo, confiando en sus propias fuerzas, pensando cómo ayudar a reconstruir sin crear dependencias… Creyendo firmemente que Muisne puede salvar a Muisne.

Esta mañana leía en el periódico un artículo de Monseñor Julio Parrilla, en el que decía que la clave para que el Ecuador resurja en medio de este caos que vive, tiene una triple vertiente: La confianza en Dios, la fuerza de la solidaridad y la fraternidad y la confianza en el trabajo y el esfuerzo del propio pueblo ecuatoriano. Me parece que Monseñor tiene una visión clara y certera de por dónde debemos caminar.

Nosotras ya estamos en Quito, ha llegado nuestro relevo a Muisne. Durante varios meses las combonianas nos vamos a ir turnando para no dejar a este pueblo y tampoco a los padres del Verbo Divino que permanecen allí. La Conferencia de Religiosos del Ecuador también va a enviar equipos itinerantes para que acompañen y ayuden a resurgir a este pueblo Muisneño, y también al de Pedernales, Manabí, etc.

Yo, desde lo que he vivido en estos días, y consciente de que necesito un poco más de tiempo para digerirlo… Sólo puedo decir que ciertamente nuestra vida está en las manos de Dios.  Aún  no entiendo cómo no ha habido un solo muerto en la isla, después de ver cómo han quedado las casas y cómo se ha tenido que evacuar. Pienso en las personas, las que ya han empezado a recoger los materiales quebrados para reconstruir sus casas y las que no quieren salir de los albergues porque están llenos de miedo, porque aunque suavecito, sigue temblando. Pienso en las condiciones de vida en las que están: viviendo entre plásticos, a merced de las lluvias (que han sido torrenciales), sin duchas, sin mucha agua, sin intimidad… aferrados a Dios, a su familia y a las ayudas que van llegando, que les han sido entregadas y que se afanan en acumular (supongo que para sentir que tienen algo después de haberlo perdido todo). A la espera de que alguien con autoridad se pronuncie y les de cierta seguridad, y nadie lo hace; a la espera también de que el gobierno de alguna respuesta respecto a la reconstrucción de las casas, y aún no lo ha hecho… Me he dado cuenta de la fuerte  tarea que como miembros de la iglesia tenemos para con este pueblo: la de canalizar la Paz, que no viene del mundo, si no que viene de Dios, y que permite a las personas confiar para volver a renacer. Ahí, en medio de esta situación está nuestro lugar.

Os agradecemos de todo corazón la ayuda que habéis prestado. El equipo presente en la isla, en trabajo conjunto con el Vicariato de Esmeraldas, del cual Monseñor Eugenio Arellano es obispo, y con la Conferencia Ecuatoriana de Religiosos, además de otras instituciones vinculadas a la Iglesia, ya está trabajando en la recepción y reparto de ayudas materiales y en las visitas a las familias damnificadas.

Sigamos rezando mucho por este pueblo, especialmente por sus ancianos y niños, que son los más vulnerables y los que más están sufriendo esta situación del terremoto.

Que el Señor y María Santísima acrecienten nuestras entrañas de misericordia para con estos hermanos nuestros.
Un abrazo inmenso,

Beatriz

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