Los misioneros siempre optan por quedarse con el pueblo aún en situaciones de peligro, si es necesario, conscientes de que sus vidas las han donado al Señor. Este es el caso de esta misionera comboniana que comparte el sufrimiento del pueblo del Sudán del Sur y su propio exilio para acompañarles.
Queridos amigos/amigas, quisiera compartir con ustedes algo sobre la situación que estamos viviendo aquí en Sur Sudan.
Les escribo desde Uganda, donde estamos en exilio junto a nuestro pueblo del Sur Sudán. Las razones del exilio son varias y complejas, antes de Navidad escuchamos rumores de un posible ataque entre los soldados de la oposición y los del gobierno. Por casi todo el mes vimos cientos de personas huir hacia el norte de Uganda donde están los campos de refugiados; la gente caminaba tanto bajo el sol, con niños y cargando los bienes necesarios como podían. Nos preguntábamos como sería nuestra Navidad, gracias a Dios la celebramos bien y recibimos el nuevo año alegremente en comunidad con la gente, aunque al mismo tiempo en muchos de ellos captamos tensión y miedo.
Terminadas las fiestas, como previsto, las hermanas viajamos a Nairobi para el retiro la asamblea anuales. Mientras estábamos en Nairobi recibimos la noticia de que el domingo en una de las capillas, mientras la comunidad rezaba, los soldados entraron y mientras la gente huía, seis personas fueron asesinadas, entre ellos un catequista. Regresando de Nairobi, estando aún en la frontera con Uganda, encontramos algunos de nuestros feligreses allí: rostros cansados, agobiados, sufridos; nos informaron sobre la situación en nuestra zona y nos dijeron que toda la gente estaba huyendo porque nadie se sentía seguro ahí. La gente huyó con todos sus bienes, caminando por horas bajo el sol, cargando pesos, durmiendo algunas noches en los bordes de la calle y cuando finalmente llegaron a la frontera tuvieron que esperar algunas horas para ser inscritos y asignados por las Naciones Unidas a un campo de refugiados. Ver a nuestra gente en esas condiciones sentí pena, parecían ovejas sin pastor.
En la frontera vimos muchos autobuses de las Naciones Unidas UNHCR que transportaban a la gente hacia los campos de refugiados, detrás de ellos partían también camiones transportando sus pertenencias: recipientes para el agua, colchonetas, sillas, mesas, ollas, en fin, todo muy simple, lo que la gente posee. Dejada la frontera, nosotras continuamos nuestro viaje hacia el Sur Sudán, y lo largo del camino vimos muchas cabañas cerradas con candado, pozos sin mujeres que recogieran agua, aldeas vacías y patios sin niños que jugaran, ningún joven paseando por las calles o jugando en el campo de fútbol. En el camino encontramos de nuevo gente caminando hacia la frontera: hombres sudorosos y fatigados, el polvo rojizo cubría sus caras y su ropa, rostros cansados, llevaban sus motos o bicicletas sobrecargadas con sus animales, sacos, cajas y otras pertenencias.
Aquella primera noche de nuestro regreso percibí un silencio extraño, los perros aullaban como si lloraran la ausencia de sus amos. A la mañana siguiente no hubo gallos que anunciaran el amanecer. En la tierra de la misión, las personas más vulnerables estaban esperando que se les ayudara para llegar a la frontera con sus bienes, estos eran: mujeres embarazadas, personas con discapacidad, ancianos, enfermos, éstos fueron ayudados de manera especial. Por la mañana fuimos a saludarlos y a conversar con ellos, su presencia me hizo pensar a los pobres de Yahveh, a aquel resto fiel del pueblo de Israel que esperaba solo en Dios su liberación y salvación. Una joven con discapacidad se me acercó, me tiró del brazo y me abrazó, luego me ofreció un pedazo de caña de azúcar. Otro chico con retraso mental me llamó desde donde estaba sentado en el suelo y me ofreció un trozo de patata dulce (camote). Gestos de dulzura y calidez de quien de guerra o de luchas tribales no entiende mucho, de quien vive la relación con los demás de manera simple y espontánea ... y le pedí al Señor de donarme un corazón sencillo como el de ellos.
Nosotras como misioneras/os optamos por quedamos con el pueblo aún en situaciones de peligro, si es necesario, conscientes de que nuestra vida la hemos ya donado al Señor. Hacer causa común con las personas con las que vivimos es una parte importante del legado que Daniel Comboni nos dejó, es profecía en nombre de la pobreza y de la hermandad universal, porque para Dios no existen vidas humanas más preciosas que otras. En nuestro caso fue la gente que abandonó el lugar y nos quedamos solo las hermanas y los misioneros. La gente nos advirtió de salir también nosotros, porque en cualquier momento podría comenzar el enfrentamiento armado, nos pidieron de no abandonarlos en los campos, de visitarlos, de ir a rezar con ellos. Como equipo pastoral pedimos al Señor que nos asistiera con su sabiduría, entre nosotros dialogamos tratando de discernir que hacer; al final decidimos dejar la misión el lunes 6 de febrero y partimos hacia la comunidad comboniana más cercana en el norte de Uganda; zona donde están los campos. Queremos ofrecer un servicio pastoral a nuestros feligreses y acompañar esta experiencia de exilio, que es también el nuestro.
Fuente: Misioneras Combonianas
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