No estaría mal tener un mundo más justo

Día 3. Primer acercamiento a los proyectos donde realizaremos nuestro voluntariado.

Bueno, pues ya hemos terminado nuestro tercer día en Songo, Mozambique, un día que nuevamente ha estado lleno de experiencias, encuentros. Comenzamos el día con una oración sobre la mirada de Jesús y nos planteamos cómo podría ser nuestra mirada en las distintas personas, momentos, experiencias con las que nos vamos a encontrar a lo largo de estos días. Hoy el día ha sido, vamos a decir, muy variado.
 
Hemos vuelto a tener contacto con las distintas realidades de Songo que serán las que servirán para ejercer nuestro mini-voluntariado las dos próximas semanas. Porque, aunque parezca mentira, ya casi ha pasado una semana desde que salimos de Las Palmas. Así que empezamos bien temprano, como decíamos ayer, aquí la vida empieza pronto, y fuimos a la prisión provincial de Songo, un lugar que nos dejó un poco descolocados.
 


Lo primero fue el lugar en sí. Es un antiguo taller, no es una prisión al uso como las que tenemos en nuestra imaginación. Un taller que ha mudado en un lugar en el que malviven, que esa es la palabra, 60 personas, dos mujeres y 58 hombres, con distintas condenas.
 
Son personas, decía Manolín cuando llegó allí y nos presentó, que existían personas que son iguales que nosotros, que en algún momento de su vida han cometido un fallo y la justicia ha hecho que lo estén pagando de alguna manera. Manolín pasa todos los lunes por la prisión para hacer oración con los presos, para hablar de Jesús, para explicarles algo de Biblia. Y nuestra primera toma de contacto con esta realidad, que continuaremos las dos semanas siguientes, ha sido dura, muy dura, complicada.
 
Primero por el lugar, como decíamos, luego por las personas que hemos encontrado. Cuando hemos visitado las pequeñas instalaciones, porque es un gran hangar con dos despachos y cuatro celdas y un baño, por llamarlo de alguna manera también baño, se nos queda el cuerpo un poco descolocado, todo, cuerpo, mente, corazón. Los cuartos en los que ellos duermen o intentarán dormir, no creo que tengan más de tres por tres metros, nueve metros cuadrados, allí duermen en torno a quince personas, veinte personas, porque hay un cuarto para dos mujeres y los otros cincuenta y ocho, pues esos tres espacios.
 


Mínimos espacio, pues con unas condiciones higiénicas que ya se pueden imaginar. Los baños, que también los visitamos, pues tienen ese nombre y a veces, como decimos, ni siquiera el nombre. También dos lugares en los que creo que ninguno de los que hoy lo hemos visto y muchos de los que escucharán esto, pues entraría el olor, el color de las paredes, la conservación, bueno, todo muy, muy, muy duro.
 
A mí lo que más pena me dio, no sé si la palabra pena era más adecuada, lo que más me impresionó fue ver la despensa. Hay un pequeño cuarto que usan como tal y ahí tenían escasamente un saco de millo y un saco ya medio vacío con unas judías feisadas que dicen por aquí. Pues yo creo que con eso daría para dos días y poco más.
 
Y no tenían, decía el comandante que nos enseñó la prisión, no tenían a la vista que llegase un nuevo cargamento o una nueva cantidad de comida. Y luego diré por qué me impresionó esto. Manolín, antes de que nosotros fuéramos, les preguntó qué es lo que necesitaban, qué es lo que nos pedían.
 
Y la lista, la verdad es que son cosas que todos tenemos en casa. Pasta de dientes, prendas de vestir que estuviesen medianamente bien aceptables, limpias, colgate, ya lo he dicho, la pasta de dientes, jabón para lavarse, jabón para lavar la ropa, un cepillo, un caldero, calderos para cocinar y sobre todo comida. Pero alguien dijo que también necesitaba de compañía, de alguien que hablase con él.
 
Y eso también nos llevó a pensar o me llevó a pensar en la soledad que vivían estas personas. A pesar de estar en un grupo, en un gran grupo, se sienten solos. Yo creo que la labor que hace Manolín de acompañarles durante los lunes es algo fantástico.
 
No pueden salir de ese espacio físico, pero yo creo que a través de la conversación, del diálogo con otras personas sí que pueden salir, imaginar, pensar en otras cosas. Esa libertad de mente sí que no se la pueden quitar y eso se hace con las conversaciones con otras personas. Al final hemos compartido con ellos unos dulces que llevábamos y todos agradecidos.



Seguramente será de lo poco que hayan comido en el día de hoy. Volveremos las dos semanas que nos quedan para hacer con ellos algunos talleres porque ellos son los que tienen que conseguir la mayor parte de la comida. Es cierto que el Estado pone algo, pero todo lo demás se lo tienen que conseguir ellos.
 
Ellos elaboran ya unas artesanías que nos gustaría llevar para Canarias y nuestra intención es que esas artesanías les proporcionen el dinero suficiente para que, por lo menos durante un tiempo, puedan comer decentemente. Esa fue nuestra primera visita y, como he dicho, nos dejó a todos un sentimiento de tristeza de ver esas condiciones duras a las que viven estas personas, muy duras, muy complicadas. Así que, para quitarnos ese, no digo mal sabor de boca, pero ese primer golpe que nos dan las realidades que estamos encontrando en Mozambique, fuimos luego a visitar a las hermanas franciscanas que llevan adelante una tarea que Manolín lleva hace tres o cuatro años.
 
Es un internado de adolescentes y una escuela infantil. Hoy no había niños en la escuela infantil, pero tuvimos la oportunidad de visitar una escuelita maravillosa. Ahí sí que nos cambió también la cara y ya nos imaginamos cómo van a ser estos días de voluntariado que pasemos con estos niños de tres, cuatro y cinco años.
 
Las aulas muy sencillas, pero muy completas, coloridas, llenas de vida, llenas de alegría. Un gran contraste con las imágenes que habíamos visto en la prisión. Hacía escasamente media hora.
 
También conocimos las instalaciones. Las hermanas que llevan adelante esta obra son tres, aunque ahora en la comunidad había dos. La hermana Irene, de Costa Rica, que ayer ya la nombramos, y una hermana mozambicana, que si no me acuerdo mal su nombre es Filiberta.



Un nombre difícil de acordarse. Pero que nos enseñaron con mucho cariño esas instalaciones en las que estamos seguros que veremos muchos niños felices en los próximos días. La comunidad pequeñita lleva adelante una gran obra.

 


Y yo creo que eso demuestra más de esta iglesia nuestra que en la que las personas, laicos, consagrados, sacerdotes, llevan adelante ese anuncio del mensaje de Jesús en las circunstancias más adversas, en los lugares más inhóspitos, con las personas que más lo necesitan. También tuvimos la ocasión de compartir estos momentos con un grupo de jóvenes de aquí, de San José Obrero, de Songo. Y tuvimos también la ocasión de compartir con ellos sus preocupaciones, sus necesidades, sus deseos de mejorar, del futuro, básicamente.



Las hermanas también nos invitaron a compartir con ellas un pequeño tentempié. Hemos descubierto que la hermana Irene es una fantástica cocinera de cocina española y canaria. El mojo que habíamos probado a la comida era obra suya.
 
Y una tarta de queso que hemos comido hace poquito en la cena también. Así que ese sentimiento de familia que decíamos ayer pues también se encuentra entre los misioneros y misioneras que trabajan aquí en Songo, unos que se cuidan de los otros. Si las hermanas le preparan algo de comida a Baba Alberto y a Manolín, pues Manolín se encarga de traerlas y llevarlas en el coche a la comunidad después de la Eucaristía.
 
Y así mil y un detalles que hacen que aquí se viva la fraternidad de Jesús. Terminamos allí y nos hemos ido a otra obra preciosa. Esta obra sí que está a cargo de Manolín, un internado de niñas.
 
Como decíamos también ayer, Manolín lleva adelante una serie de comunidades al otro lado del Zambeze. Y les hizo una propuesta hace poco tiempo de traerse algunas niñas para Songo y tenerlas en un internado para que pudiesen formarse, para que pudiesen estudiar. En principio tenía para 30 plazas, pero solo se han llenado 16.
 



Nos han dado una acogida, pues como son todas las acogidas de aquí, ya lo hemos dicho que el pueblo mozambicano es un pueblo que te recibe con los brazos abiertos. Unas canciones preciosas, unos atuendos coloristas, unas caras llenas de alegría y múltiples gestos a lo largo de la hora, hora y media que hemos estado con este grupo de niñas y con sus cuidadoras. Tres cuidadoras tienen que son sus mamás, son sus madres, y que las tratan como hijas.
 


Y aunque ninguna sea suya, en ese sentido de carnal, de sangre, en el otro sentido de hermanos en la fe, hermanas en la fe, estas niñas están en un sitio maravilloso, bien cuidadas, bien aseadas. Y pues eso, en un lugar que seguramente ninguna de ellas hubiese imaginado. Fíjense como son las cosas, que ellas en las comunidades de las que vienen, pues no tienen nada de servicios básicos.
 
Y cuando hablamos de servicios básicos, hablamos de la electricidad, hablamos de agua potable, hablamos de una vivienda que le podemos poner el nombre de adecuada, digna. Entonces cuando vienen ellas, muchas de ellas tienen que adaptarse, tienen que conocer cómo es eso de ir al baño. Porque los servicios como los conocemos nosotros, con su lavabo, su taza, su ducha, para ellas no existen y tienen un proceso de aprendizaje, de desaprender lo que viven en sus comunidades y de aprender lo que el internado les ofrece.
 
Nos contaba Manolín una anécdota, que algunas niñas cuando llegaban, pues no iban al baño a los aseos que tienen en el internado, siendo que se iban detrás de la casa y allí hacían sus necesidades. Así que hasta ese punto se encuentran estas niñas. ¿Y por qué niñas solamente? Por lo que nos decía también Manolín, de empoderar a la mujer mozambicana, creo que también lo hablábamos ayer.
 
Estas mujeres del futuro necesitan ser formadas, necesitan ser educadas, necesitan que se las dé una oportunidad para que esta sociedad poco a poco vaya alcanzando la igualdad de oportunidades para todos, independientemente de tu sexo, si eres hombre o mujer. Así que ese es el principal objetivo de este internado, dar la oportunidad a niñas para que en un futuro sean mujeres que ayuden a este país de Mozambique. Y esto ha sido la mañana, muy completa, tan completa y tan llena de encuentros y actividades que hemos llegado tarde a comer dos horas.
 


Pero bueno, ha merecido la pena. Inmediatamente después hemos enganchado con los grupos de jóvenes y el coro, uno de los coros que tiene aquí la iglesia, compuesto por 50 o 60 mujeres y hombres que van a ser las personas que animen la Eucaristía Dominical de mañana que tenemos a las 8 de la mañana. Hemos compartido también, como decía, con los grupos de catequesis, los sábados por la tarde, aquí vienen los grupos de confirmación, de bautismo, los distintos procesos que llevan aquí adelante.


 
¿Quieren saber qué número de niños y niñas participan en estos grupos? Pues mil, mil niños y niñas que vienen a aprender de Jesús, sobre Jesús, este sábado. Se dividen en dos turnos, como podrán comprender, y cada turno son 500 niños. Todos bien organizados, con sus catequistas, con su temario.


 
Bueno, hemos tenido la oportunidad de pasar por varios de ellos y hemos visto ese entusiasmo que tienen los catequistas, jóvenes, más jóvenes, mayores, algo más mayores. Y en todos los que hemos pasado, hemos visto con qué alegría compartían el mensaje de Jesús con qué insistencia también. Quizá nosotros, su manera de hablar del Evangelio, de hablar de la catequesis, nos hacía volver a unos cuantos años hacia atrás, quizá tal y como lo aprendí yo también, pero lo que no podemos negar es ese entusiasmo y energía y ganas que ponían en transmitir el mensaje de Jesús.


 
Hemos tenido la suerte también de ser partícipes de esas catequesis, porque la tarea que mandaron algunos catequistas era hacernos una entrevista, una mini entrevista, con cinco preguntas. ¿Cómo nos llamábamos? ¿De dónde veníamos? ¿Cuántos años teníamos? ¿Qué pensábamos de Mozambique? ¿Y cómo era la fe en España? ¿Cómo era la fe del lugar que veníamos? Y para terminar el día, como colofón, una eucaristía en la que el grupo de jóvenes, el coro, ha animado de una manera fantástica y maravillosa y llena de música y de danza las eucaristías aquí de África, en concreto de Mozambique.
 
Nuevamente nos hemos tenido que presentar, ya nuestro portugués va mejorando, ya somos capaces de decir por lo menos cinco palabras seguidas, y lo del idioma nos va ayudando a acercarnos a las personas, a sus vidas, a lo que hay detrás de ellas, y nos están abriendo esos corazones que se muestran afectivos, se muestran cariñosos, se muestran acogedores. Y nada más, hoy sí que ha sido un día cansado, algunos de nosotros se han ido pronto a dormir, porque mañana nuevamente a las siete estaremos en marcha con el desayuno, y como he dicho antes, a las ocho la eucaristía. No me olvido lo de la despensa, que dije que me había llamado la atención.
 

Cuando visitamos la escuela infantil de las hermanas, pues una de las estancias era la despensa, y la despensa estaba llena, llena, llena, llena. Ahí había comida para dar y tomar y nos alegramos de eso, ¿no? Pero a mí me llevó a pensar en ese gran contraste de esas dos despensas que hemos tenido ocasión de ver hoy, unas tan vacías y otras tan llenas, y habla un poco de cómo es nuestro mundo. En algunos lugares hay montones de necesidades, carencia de alimentos, carencia de oportunidades, carencia de paz, y en otros está la abundancia o la sobreabundancia.
 
No estaría mal tener un mundo más justo, en el que todas las despensas de todas las personas estuviesen lo suficiente, ni más ni menos, para vivir con dignidad. Así que nada, un saludo nuevamente desde Songo, en el que este grupo intenta traer la buena noticia de Jesús.